Poemas prohibidos

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Ya soy un viejo. Aunque las nuevas tecnologías me han convertido en un lector digital. (Tal vez al día todo lo que leo sea un 90 por 100 en esté en formato). Pero sigo siendo esencialmente un tipo del siglo XIX.

Amo los libros impresos. En papel. La Hoja en Blanco sobre la Tinta en Negro. Así aprendí a leer.

Aunque hoy por hoy no me molesta la lectura en cualquier dispositivo electrónico. Si siento la necesidad de comprar de vez en vez un libro en el antiguo formato de Gutenberg. Un libro como obra de arte, objeto de culto y espacio de veneración. En papel. Por ejemplo acabo de adquirir una exquisita edición de Los Poemas Prohibidos de Charles Baudelaire, con ilustraciones de Gustav Klimt. Editada por MALDOROR en el 2007, en una cuidada edición en francés y español.

A la polémica si la literatura o el libro digital terminarían por desplazar a los libros impresos, Poemes Interdits tiene una respuesta posible y muy probable. Nunca. Pues el tacto del papel-poema de Baudelaire y las estilizadas y provocativas mujeres de Klimt tienen en el libro de papel una textura, un olor, una profundidad que no puede tener jamás el libro digital o electrónico. Solo lo pueden superar los originales de Charles o Gustav. Un regalo para los sentidos. El libro se organiza en seis capítulos. Las alhajas, Lesbos, El leteo, A la mujer demasiado alegre, Mujeres Malditas, La Metamorfosis del Vampiro. Cualquiera que conozca algo de poesía sabe que esos poemas fueron excluidos de Las Flores del Mal, censurados por décadas. Solo se incluyeron ya muy entrado el siglo XX.

Comienza el libro:

Desnuda estaba mi amante,
y leyendo en mi corazón.
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Igualmente les podría hacer la historia de la noche en que me convertí en vampiro.
*
La femme cepedant, da sa boueche de fraise
En se trodant ainsi qu un serpent sur la braise,
Et pétrissant ses seins sur le fer de son busc
Laissait couler ces mot tout imprégnés de music
Moi jail la levre humide, et je sais la science
De perdre au found de un lit l Antique conscience.

*

La mujer hacia ofrenda de su cuerpo
Con un movimiento de serpiente cercada por el fuego,
y mientras acariciaba sus senos prisioneros del corsé,
Su boca de fresa decía con almizclado sabor:
Tengo el labio húmedo, y conozco el arte
De hacer perder la conciencia sobre un lecho.

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