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Tengo la suerte de llegar a la poesía desde la ciencia. De adolescente deploraba los sintagmas, los complementos circunstanciales. Las maestras siempre eran ancianas que tenían algo de Salem. Por suerte soy Booleano por genética. Creo en los unos y ceros, en Fibonacci, en los algoritmos, en la genética. Pero la vida tiene intrincados caminos, el “boolismo” (no sé si existe el ‘ismo’) y las mujeres me hicieron escribir poesía. Y, ahora, muchos años después comprendo, que no hay actividad humana más sublime que sentarse a solas a intentar construir un planeta o encontrar una fórmula contra el odio: tú a solas… con una hoja en blanco. Hacerlo me salva del tedio. De las legiones de estúpidos. De las batallas de los hombres.
Poesía, música y mujeres, hadas y algoritmos, rock’n’roll, libros, ojos verdes y 0,1,1, 2,3,5,8,13,21,34,55,89,144…Se necesita poco menos para ser feliz.