Un amigo rescata la foto de su padre adolescente. Colores sepia. Recuerdos de los sesentas en una Habana tan lejana. Dos adolescentes con una risa que me recuerda la de los personajes de Twain. Dos rebeldes. Dos muchachos que se hacen hombres. Sus dos causas a cuestas para la rebeldía: fumar y escuchar a los Beatles. Poseedores Un LP de los Beatles. El padre de mi amigo tiene una risa desafiante. Al fondo un grupo de socios aplauden el desafío con gestos de aprobación y apoyo, aunque se mantienen al margen como en las pinturas del Greco, son la multitud. Me cuenta mi amigo que conserva el disco de los Beatles como un talismán contra el olvido.
Mes: abril 2018
La nostra passione vencere a la Loba…
El Dios de Arvo Pärt.
En su excelente libro ‘El ruido eterno’ Alex Ross cuenta lo siguiente: «Para algunos, la extraña pureza espiritual de Arvo Pärt satisfacía una necesidad más desesperada; una enfermera ponía regularmente ‘Tabula rasa’ en la sala de un hospital de Nueva York a varones jóvenes que estaban muriendo de sida, y en sus últimos días ellos le pedían oírla una y otra vez». La música minimalista de Pärt, sostiene Ross, alcanzó un inesperado éxito comercial a partir de los años 80 del pasado siglo porque «brindaba oasis de reposo en una cultura tecnológicamente sobresaturada».
Tiene toda la razón Ross, escuchar la obra de Arvo es una invitación a la paz y el silencio en un mundo de violencias y ruidos.
La música de Pärt sorprende por el golpe espiritual, un vigor sutil que tiene que ver con esa idea budista y cristiana de que el Supremo o Dios se manifiesta en la debilidad, en la paz y el amor de los pequeños. Contenida y sustancial, desprovista de ribetes y de premuras. Arvo convence, el único camino a lo sagrado es la belleza, la compleja simplicidad del amor.
Arvo Pärt luce como un monje ruso, un Dostoievski que detiene con tonadas y melodías el crimen y la violencia del mundo incluso el castigo del mismo Dios. Un monje cuya oración y penitencia es la música. Arvo suena como el alma penitente de Estonia. Creador de su propio sistema de composición nombrado tintinnabuli (el término procede de una palabra onomatopéyica latina —tintinnabulum— que alude al sonido que hacen las campanitas), que fue construido entre 1968 y 1976, o más concretamente, desde el incidente con Credo y el estreno de Für Alina. Guerra fría, crisis de los misiles en Cuba, Stones y Beatles, y en Estonia, patria que había alumbrado al bueno de Arvo en 1935, se disfrutaba de aquel reino de Dios en la tierra que se llamó la URSS.
Arvo Pärt compuso su personal Credo una pieza collage escrita para piano, coro y orquesta en la que se enfrentan una masa atonal contra una tonal, que sigue el esquema del preludio en Do mayor del Clavicordio bien temperado. Como se ve, no se puede decir que la pieza invitase a estallar el Kremlin; el peligro no lo estaba en la forma, entonces buscaron en el contenido.
Titular una pieza “Credo” en la Estonia de los sesentas era una invitación al ostracismo. Así lo entendieron los burócratas soviéticos como una provocación insoportable, tanto que no repararon en que lo que canta el coro no es el credo litúrgico sino ese pasaje del Evangelio de Mateo que dice “se os ha dicho: ojo por ojo y diente por diente; así yo os digo que no devolváis el daño”.
Las autoridades soviéticas no pensaban igual, prohibieron la pieza durante más de una década.
A partir del incidente Arvo hace silencio. Para encontrar sus verdades existenciales y artísticas. El acercamiento de Pärt a la Iglesia Ortodoxa Rusa y por el canto llano y la polifonía temprana.
Los procesos de conversión espirituales e ideológicos son fenomenológicamente muy complejos. No obstante, debe quedar claro que la conversión compromete la vida, en tanto le otorga un nuevo sentido que el converso acepta plenamente. Es lo que dicen los textos vedas o los evangelios. En palabras de Eliade, “la vida en su totalidad es susceptible de ser santificada. Los medios por los cuales se obtiene la santificación son múltiples, pero el resultado es casi siempre el mismo: la vida se vive en un doble plano; se desarrolla en cuanto existencia humana y, al mismo tiempo, participa de una vida transhumana, la del cosmos o la de los dioses”.
Pärt explica “no hay una línea que divida religión y vida: es todo lo mismo”.
En consecuencia, si aceptamos que la música de Pärt es “música religiosa” (tal como él mismo afirma, dicho sea de paso) no podemos aproximarnos a ella de una manera “aséptica”, despojada del sustrato espiritual en el que se levanta. En relación con esto, no es ocioso que el compositor estonio se afane en el estudio del canto llano o de la polifonía baja medieval y renacentista: estas músicas tienen, de manera muy evidente, una relación entre su forma y su pretensión. Ni los intervalos que se emplean son gratuitos, ni lo son los tiempos, etc.; por así decirlo, la estructura formal de un gloria gregoriano es ya un acto de alabanza.
Paul Hillier llama a esto el “espíritu de la música antigua” y puede rastrearse pormenorizadamente en la música de Pärt.
El estilo de Arvo es en apariencia sencillo. El tintinnabuli se construye con dos voces, una que hace la melodía y otra, el acompañamiento. La que hace la melodía se construye en torno a una nota central, que puede ser la tónica o cualquier nota del acorde tónico, y se despliega en cuatro modos: partiendo de la nota central y ascendiendo, partiendo de la nota central y descendiendo, descendiendo hasta la nota central o ascendiendo hasta la nota central. No quiero dar detalles cansinos de cuál es el método mejor lo escuchan en las manos de mi esposa…Für Anna Maria_ Frohlich.
La voz que hace el acompañamiento se construye usando las notas del acorde tónico de la nota que suena en la melodía. Y no hay más. Con estas armas tan sencillas Arvo Pärt ha sabido construir piezas tan sobrecogedoras como el Cantus In Memoriam Benjamin Britten (1977), Fratres (1977), Tabula Rasa (1977) o Passio Dómini Nostri Jesu Christi secundum Joannem (1982).
Quisiera hacer una distinción Arvo no tiene nada de monje ascético, a pesar de su aspecto monacal. Es un hombre del mundo, de sus hijas, hijos, nietos, amigos. Es el hombre que se colocó una peluca para arengar a la Unión de Compositores Estonios, en protesta por la censura que ejercía sobre ellos el omnímodo poder soviético. Pero también es ese señor que bromea con sus hijos tapándose las orejas con plátanos en el documental “And then came the evening and the morning” o que saca a bailar al fundador de ECM, Manfred Eicher, durante un ensayo de una de sus piezas, como atestigua la película “Sounds and silence”.
Todo eso es anecdótico: a un creador se le juzga por su obra.
No creo que se pueda escuchar “Fratres” o “Annum per annum” y entender que esa música es monacal, por mucho título en latín que tenga. La música de Arvo Pärt encuentra nuestra unidad bajo la apariencia múltiple de realidad. “Lo omplejo y multifacético sólo me confunde, y debo buscar la unidad. […] He descubierto que es suficiente cuando una nota es tocada bellamente. Esa sola nota, o silencio, o momento de silencio me confortan”.
Sencillez y belleza para realizar ejercicios de una espiritual brutal, directa e imponente. Si les digo que Arvo Pärt busca a Dios no creo que nadie se sorprenda, por muy atípica que sea esta particularidad en el arte contemporáneo.
Y sería un error entender que por este motivo la música de Pärt es una suerte de revival, una suerte de neogregoriano batido en una coctelera minimalista (un simple análisis formal de la música de Pärt debería disuadirnos rápidamente de esta idea). Más allá de todas estas consideraciones teóricas, históricas o taxonómicas, la música de Pärt es, fundamentalmente, un ejercicio estético en el que el compositor hace partícipe al auditorio de su búsqueda y de su hallazgo íntimo.
Asistir a la música de Pärt es una experiencia de lo sagrado en la que el espectador es invitado a ser partícipe; si no es ponerse en oración, al menos sí que es asistir a una.
Me parece que es sincero: ocurre que me creo a Arvo Pärt cuando me habla de Dios.
Sonnenaufgang, Una Odisea Espacial.
Así habla…
No conozco inicio más cinematográfico en la historia del cine como la introducción del filme: “2001 A Space Odissey” del cineasta norteamericano Stanley Kubrick.
Existen obras de arte, autores, libros y filmes que pueden configurar tus sueños y tus pesadillas, “2001 A Space Odissey” y “Blade Runner” son dos de esos filmes, esos dos escritores, esos dos cineastas, esas historias me abrieron las puertas del espacio y la percepción siendo aún un adolescente. “Blade Runner” y “2001: A Space Odissey”, Scott y Kubrick, Clarke y Dick son parte de mis paradigmas culturales como lo pueden ser Paradiso de José Lezama Lima o en la Calzada de Jesús del Monte de Eliseo Diego. Me es difícil concebir el universo sin la inteligencia, sin 10 de Octubre, sin la poesía del Paraíso de Dante o José, sin la odisea de la inteligencia artificial, sin los algoritmos, el algebra o la alineación de los planetas, los monolitos o la casualidad.
Ayer chateaba con una amiga sobre el panorama artístico cubano, los libros y el cine reciente de la Isla, es probable que ahora en algún pueblo de Cuba recién nazca otro Lezama, otro Eliseo e intuyo que algún día tengamos en Cuba un Dick o Clarke, un Scott o Kubrick, un Kafka o Dante; pero hoy las novedades culturales parecen alimentar más las carencias artísticas que las materiales, el arte visual, la literatura, se erosionan en los lugares comunes y los estereotipos de una decadencia en pleno; se habla del chisme o del dinero del cantante de moda o la penúltima censura pero ni tan siquiera se intenta (re)crear la introducción o una nota al pie de página para nuestra Odisea, caribeña, ni tan siquiera mirar las estrellas o la alineación de los planetas en éxtasis.
50 años…
“2001 A Space Odissey” cumple cincuenta años de estrenada, algunos dicen que el dos de abril de 1968 otros el seis. Medio siglo. Una odisea que mira a las estrellas y el lugar que nosotros ocupamos entre ellas.
Se cuenta que Kubrick leyó casi todo lo relacionado con la ciencia espacial, la ciencia ficción, la astronomía planetaria, escuchó toda la música del siglo XX, se interesó por la naciente computación, inteligencia artificial y la psicodelia del LSD, la evolución de la especie humana, nuestra historia de simios violentos a sofisticados seres en naves interestelares, todo para armar su filme.
Un recorrido por la ciencia de lo posible, los sonidos de la magia y las vibraciones de los planetas. El vals azul de los misterios, la inteligencia, la vida, la percepción de lo imposible.
Fiel a su exquisitez que rondaba con la neurosis en su creación nos legó quizá la obra maestra de la ciencia ficción en la historia del cine.
El amanecer del hombre
Nadie ha superado la introducción de 2001. La secuencia inicial del filme comienza con algo más de dos minutos de la pantalla en negro y el sonido de Atmosphères la obra del compositor húngaro György Ligeti. Le sigue una Tierra ascendiendo sobre la Luna y el Sol que asciende sobre ambas los tres en perfecta alineación planetaria. En este momento comienza a escucharse el “Sonnenaufgang” (“Amanecer”) del poema sinfónico “Also Sprach Zarathustra” (“Así habla Zaratustra”) de Richard Strauss.
El tema de la música es expuesto por el solo de una trompeta, en tres ocasiones separadas por un redoble de los bombos, para dar paso a las cuerdas primero y toda la orquesta después hasta para completar una orquestación que recorre la escala en Do Mayor y en Do Menor, es solo un adelanto de las tres afirmaciones de la transformación, como la obra que inspira el “Así Habla Zaratrusta” musical. Finalmente cuando asciende el Astro Rey nos quedamos con el acorde del órgano en Do Sostenido.
Kubrick nos presenta entonces la vida cotidiana de un grupo de primates en una sábana semidesértica conviviendo aparentemente de forma pacífica, uno de los miembros de esta manada es atacado y muerto por un leopardo. Se nos muestra su disputa con otro grupo de primates muy similares por el agua de una charca fangosa, todo sin violencia.
Presenciamos el temor compartido por la oscuridad y los depredadores. Su dormir nervioso e intranquilo en el fondo de diminuta caverna. Amanece con extrañas vibraciones acústicas, uno de los primates se despierta y encuentra frente al refugio tallado en la roca un monolito que provoca asombro y la alarma en el grupo. Al poco tiempo, se acercan y, confiando prudentemente, llegan incluso a acariciarlo como reverenciándolo.
Uno de los simios se da cuenta de cómo utilizar un hueso como herramienta y arma al tiempo que se observan visiones mentales del monolito, sugiriéndose que este ha motivado ciertos cambios en la conducta de los primates y les ha dado cierto grado de conciencia sobre los recursos disponibles para sobrevivir debido a que ahora los monos son capaces de matar animales y comer carne. Volvemos a escuchar la fanfarria de Strauss…
A la mañana siguiente le arrebatan el control de la charca a la otra manada, asesinan mediante el hueso usado como arma al líder de la manada rival. Exaltado frente a su poder el primate vencedor lanza su hueso al aire, produciéndose una enorme elipsis temporal en la narración: el hueso que asciende en el aire, pasa a convertirse en un ingenio espacial que surca el espacio entre la Tierra y la Luna, estamos con el Hombre Cohete en el 1999.
Big Bang…
2001 A Space Odissey es un recorrido por el espíritu y la vida que nos sostiene. La historia se divide igual en tres tiempos, en la Tierra, la Luna y Júpiter que esconde un misterio…pero también es el viaje de Nietzsche y Strauss, de Clarke y Kubrick el espíritu expuesto en su arte. De camello, a león de león a niño. Las tres transformaciones descritas en el primer capítulo de “Asi hablo Zaratrusta” y musicalizadas en el poema y visualizadas por Kubrivk de cómo el espíritu se convierte en camello, y el camello en león, y el león, por fin, en niño.
Al final todo seremos David Bowman (interpretado por un sobrio Keir Dullea), simios terrestres y sapiens intergalácticos, todos traspasamos el monolito que se transforma en puerta para testificar las sombras y las luces, testimonio de Eros y Tánatos, protagonistas de la muerte y la vida. Todos terminamos, ¿o nos iniciamos? como un feto interestelar y universal, un ciclo del eterno retorno.
Entonces, después del silencio y las vibraciones de los monolitos, de la inmensidad estelar volvemos a escuchar el Sonnenaufgang de Also sprach Zarathustra.
Una metáfora construida con una estructura de música, filosofía, imagines, luces, movimientos, el Vals del Danubio danzando con la Tierra Azul junto al Saco Amniótico que contiene el Huevo Cósmico de Ammavaru depositario de la trinidad de la Brahmanda, el feto universal de la creación, la preservación y la destrucción, el Ciclo…
muerte
“¿Esto era – la vida?” quiero decirle yo a la muerte. ¡Bien! ¡Otra vez!” Amigos míos, ¿qué os parece? ¿No queréis vosotros decirle a la muerte, como yo: ¿Esto era – la vida? Gracias a Zaratustra, ¡bien! ¡Otra vez!»
vida
Vendré otra vez, con este sol, con esta tierra, con este águila, con esta serpiente – no a una vida nueva o a una vida mejor o a una vida semejante: vendré eternamente de nuevo a esta misma e idéntica vida, en lo más grande y también en lo más pequeño, para enseñar de nuevo el eterno retorno de todas las cosas, para decir de nuevo la palabra del gran mediodía de la tierra y de los hombres, para volver a anunciar el superhombre a los hombres.