Riccardo Bertani, el memorioso.

En un extraordinario cuento el argentino Jorge  Luis Borges describia un hecho milagroso, a un hombre de nombre Ireneo Funes, con la memoria mas extraordinaria de la humanidad, pero la historia de Borges tiene el defecto de ser ficción. Y, como sabemos, la realidad muchas veces supera la ficción, incluso la del genio argentino.  Me conozco de memoria el cuento de Borges, aunque no soy Funes, lo puedo trascribir…

Locke, siglo XVII, postuló (y reprobó) idioma imposible en el que cada cosa individual, cada piedra, cada pájaro y cada rama tuviera nombre propio; Funes proyectó alguna vez un idioma análogo, pero lo desechó por parecerle demasiado general, demasiado ambiguo. En efecto, Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado.

Pero en el campo de la Italia olvidada hay otro como Funes, percibido y no imaginado, se llama Riccardo Bertani.

Este campesino italiano de 86 años conoce 100 idiomas y ha escrito cientos de libros, incluyendo diccionarios, traducciones y ensayos de mitología y folclor.

Durante 70 años Bertani cultivó el hábito de levantarse desde las 2am y trabajar en sus idiomas hasta las 9am en el silencio del pueblo de Caprara, un pequeño poblado en el norte de Italia.

Bertani ha viajado a través de la lectura y casi nunca ha dejado su casa, solamente en algunas ocasiones para dar algunas conferencias. Décadas atrás llevó una correspondencia con el gran antropólogo francés Levi-Strauss. Lo suyo sin duda es el estudio y la vida simple. Toma su inspiración de Tolstói: «Me inspiro en el gran maestro Tolstói. En la ética de las cosas sencillas, según la cual uno vale por lo que es, no por lo que tiene».

Bertani es un caso increíble, un prodigio de la memoria, algo que quizás ya no veamos en el futuro. Pero él no quiere ser recordado como un fenómeno sino solamente por su trabajo, como un estudioso de las lenguas.

Como el misterioso párrafo de Borges,

Refiere Swift que el emperador de Lilliput discernía el movimiento del minutero; Funes discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso. Babilonia, Londres y Nueva York han abrumado con feroz esplendor la imaginación de los hombres; nadie, en sus torres populosas o en sus avenidas urgentes, ha sentido el calor y la presión de una realidad tan infatigable como la que día y noche convergía sobre el infeliz Ireneo, en su pobre arrabal sudamericano. Le era muy difícil dormir. Dormir es distraerse del mundo; Funes, de espaldas en el catre, en la sombra, se figuraba cada grieta y cada moldura de las casas precisas que lo rodeaban. (Repito que el menos importante de sus recuerdos era más minucioso y más vivo que nuestra percepción de un goce físico o de un tormento físico.)

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