Montaigne y los letra-heridos

 

Uno de mis libros tesoros son los Ensayos de Montaigne, ilustrado por Dali.

Montaigne, no tanto Salvador, sabía que era posible volverse docto e idiota por la misma ruta. Saberlo todo sin entender nada; haber leído todos los libros sin comprender un párrafo. La lectura es inservible o dañina si no metaboliza en experiencia. “¿De qué sirve tener la barriga llena de alimento si no lo digerimos, si no se transforma en nosotros, si no nos aumenta ni fortalece?”. El saber de los otros es inservible hasta que se integra plenamente a nuestro organismo. Lo confiesa Montaigne: lo que sé de Séneca lo pude haber aprendido de mí mismo si tan sólo me habría ejercitado en el empeño.

Por eso nos fascinan sus Ensayos: nada nos dicen que no hayamos podido advertir confusamente en nosotros. Nada ahí que no hayamos vivido, pensado, sentido. Los Ensayos nos tutean acariciando lo que entrevemos en nuestras inclinaciones naturales, en el trato con otros, en el sentido de nuestros temores y disfrutes. De ahí que el género sea, ante todo, escritura dogmatizante.

Montaigne habrá escrito desde una torre pero no nos mira desde arriba.

No es el profesor que dicta la lección. No aspira a la autoridad de un venerable, no pretende orden ni coherencia en lo que expone, jamás se imagina poseedor de una verdad que ha de ser memorizada. La única instructora en la que confía Montaigne es en la vida misma.

Letraheridos llama Montainge a los pedantes. “Conozco a alguno que, cuando le pregunto qué sabe, me pide un Libro para mostrármelo; y no osaría decirme que tiene sarna en el trasero si no va de inmediato estudiar en su diccionario qué es sarna qué es trasero”.

Anthony Bourdain.

Mucha razón tenía James Boswell al rechazar las definiciones habituales del hombre. Ni especialmente racional, ni tan dotado para la palabra y, desde luego, poco urbano. El hombre es, en realidad, un animal que cocina. Eso somos: animales empeñados en el aderezo de lo que comemos. Otros animales se comunican a su modo, muchos son gregarios, algunos fabrican instrumentos. Sólo el hombre dedica tiempo al condimento. En la cocina la imaginación transforma la necesidad en ceremonia. El alimento deja de ser subsistencia para convertirse en placer.

Ahora tengo la extraña sensación cuando cocino de ser un ladrón, de robarle algo a alguien, ese alguien es Anthony Bourdain. Comparto la cocina con mi madre, mi esposa, mis hijas y como una especie de Oficiante esta ahora la presencia de Bourdain. Anthony es mi Ego culinario.

Un cronista admirable de nuestro tiempo porque entendía precisamente el significado de los manjares. Conocer la comida de un lugar es entender a su gente. Cuando Anthony Bourdain recorría las ciudades del mundo en busca de cocinas, cafeterías, churriscos, fondas, restaurantes y comederos se zambullía en la cultura, en la política, en la historia.

Sabrosa antropología: el cocinero se aventura en los sabores, participa en los ritos del fuego, advierte los ritmos y las secuencias de lo platos, se adentra en la vitalidad de las tradiciones, escucha la leyenda de las recetas. No es la curiosidad por lo extraño, no es el morbo por lo extravagante, no es la fascinación con lo exquisito lo que lo movía sino lo contrario: la certeza de un paladar que nos hermana. Necesitaremos traductor de palabras pero no hace falta diccionario para compartir los placeres de la boca. La comida es lo que somos: nuestra tribu, nuestra biografía, nuestra fe, nuestras ilusiones, nuestra abuela, nuestra madre.

Bourdain., el lavaplatos se convirtió en cocinero, el cocinero se convirtió en escritor y el escritor se convirtió en personaje de televisión y multimillonario suicida. 

Después del éxito de su primer libro hizo de su fantasía irrealizable una propuesta televisiva. Quería comer por el mundo y quiso que alguien financiara su sueño. Para su sorpresa, el boleto llegó con un contrato para su primer programa. Habría de brincar el resto de su vida de continente en continente retratando a esa curiosa especie que se deleita con el olor y el sabor de los alimentos. Descubrió muy pronto que la forma para acceder a la intimidad era preguntarles lo elemental: ¿qué comida te hace feliz?, ¿cómo es tu vida? ¿qué te gusta comer? ¿qué disfrutas cocinar? Cuando alguien te sirve una sopa te está contando su historia, te está hablando de su mamá, de su infancia, de sus amores.

Odió la fama y quizá la suya terminó perdiéndolo en la muerte.  Odiaba la pedantería gastronómica, el frívolo culto a las estrellas del espectáculo culinario. Su genio para la televisión nacía seguramente de su desprecio por la televisión. Hizo lo que le dio la gana. No buscó el plato perfecto, la cocción exacta, el aroma sublime. Era un aventurero, no un esteta. Su fascinación era la autenticidad, la plenitud que aparece alrededor de las viandas, las puertas que se abren con la excitación de las papilas. No hizo catálogo de restaurantes exquisitos sino de loncherías, puestos de mercado, locales en la calle, fondas pequeñas que logran culto. Lo que tocan sus programas es, sencillamente, la experiencia de vivir. Al primer aroma se activa un mundo de recuerdos y de vivencias. Genial narrador y retratista. Admirable guía por lo desconocido, el más eficaz embajador de todas las cocinas del planeta. Honesto, un segundo después de una carcajada absoluta, daba pistas de su fractura. La maravilla de de su personaje televisivo no eran los platos deliciosos que provocan saliva de inmediato sino esa combinación de osadía y entusiasmo; de humildad y gratitud; de alegría e inteligencia, de apertura y fraternidad.

LadyLands…

 

Cuenta la leyenda que durante las grabaciones de Electric Ladyland Hendrix recostaba su Fender Stratocaster. Blanca  en una esquina y la guitarra tomaba la forma de una mujer eléctrica, desnuda, caliente, húmeda…con un extraño olor a fuego…

Se recuerda la portada, censurada por muchos lares. Creo en otro de mis blogs alojados aquí…lo cerraron por esa portada…Nada, chicas eléctricas.

Después de Voodoo Child el rock murió. Y de muerte natural. Pero nadie lo noto y todavía ronda como las monjas-brujas de Loudun esperando ser poseídas por el viejo Mago, el Niño Vudú.

Ayer unos amigos, de esos que hoy sabemos dónde están pero mañana es imposible, decidimos juntarnos en una colorida azotea para anticipadamente celebrar el medio siglo del tercer disco doble de estudio de Hendrix. Electric Ladyland. El próximo octubre será difícil que todos estemos juntos.

Así que por adelantado, desde el silencio de la pequeña noche liquida, junto a las muchachas de los ojos egipcios y gitanos, vamos a escuchar de una pasada las 16 canciones, en versión remasterizada y digital.

Desde «…And the Gods Made Love» hasta «Voodoo Child (Slight Return”). Esperando que algo del pasado retorne.

Pero el pasado no regresa,  es solo eso,  memoria inoportuna del eterno retorno.

No regresa. Pero si se le invoca adecuadamente si regresan todas aquellas voces de los que se niegan a partir. Por ello a las tres de la madrugada lo intentamos con una guitarra junto a Hendrix. Y…

Todos los que lo han intentado alguna vez saben de lo que escribo. El resto no y lo siento. El águila sabe lo que es volar, las mariposas solo lo intuyen. Pero para los que saben por favor intenten los tres primeros tercetos de las notas del pentagrama de Voodoo, golpeen y corran, intenten hacer hablar a una guitarra eléctrica como en Still Raining, Still Dreaming…Entonces, quizá, sabrán de la jodida magia que hablo.

Entonces…llega la mañana, como siempre en un susurro, sin previo aviso…que cincuenta años son nada en la tierra de las chicas eléctricas…

 

 

El mayor de los misterios…

Hablando de genios, tengo la infinita oportunidad de compartir la existencia con algunas mujeres geniales, todas excepcionales. No hay un día que alguna de ella no me dé una lección de amor, de vida, de certezas y/o  dudas.

Una, la más grande, me dijo hace siglos, cuando la pasaba mal, como en un verso de Blake o Shakespeare, no son las palabras  es el silencio el que desata las tormentas.

Otra, las causas del silencio son el sentido de las palabras…

Hoy, otra, me hizo leer que el silencio es lo único que contesta las preguntas del  pensamiento.  Ambas son cómplices callados de la palabra.

Tres silencios, tres mujeres, tres palabras.

Tres ideas que son una sola en diferentes tiempos y espacios, las cuales solo te pueden explicar Ellas.

La última, sin embargo, no cree en los silencios, hablar y gritar para ella hoy, es el mayor de los misterios.

Tyshawn Sorey: genio contemporáneo

¿Se puede colgar el sambenito de genio así como así? Ni se puede, ni se debe, pero conTyshawn Sorey no hay muchas dudas al respecto: la suya es una de las mentes más ricas y fascinantes de la música creativa norteamericana actual, sus últimos discos son un aplastante catálogo de intrincados universos musicales —cada nueva referencia es rápidamente considerada entre lo mejor que ha dado el género en los últimos años.

Escucharlo es sumergirte en un inagotable mar de experiencias musicales que empezaron a despuntar a principios de siglo, mediante un pianista, entonces solo conocido por los aficionados al jazz más especializados, llamado Vijay Iyer: “Vijay es mi alma gemela musical, el hermano que me habría gustado tener. Lo conocí a principios de la pasada década por medio de Aaron Stewart, que era el saxofonista original de Fieldwork. Vijay ya había oído hablar de mí y nada más conocernos me invitó a tocar una sesión en trío con él y con un fantástico contrabajista llamado Carlo DeRosa; como yo ya estaba familiarizado con algunas de las líneas musicales en las que estaba trabajando Vijay, la empatía fue instantánea. Poco después, me invitó a grabar con él Blood Sutra y en 2004 me pidió reemplazar a Elliot Humberto Kavee en Fieldwork. Para entonces Steve Lehman, con quien yo había colaborado ya, era también parte del grupo, así que la confluencia fue total y muy natural. Toda esa época fue una explosión de experiencias y aprendizaje compartido: teníamos muchas pasiones e intereses comunes, y con los años la colaboración musical se ha convertido, además, en una amistad inquebrantable”.

Después de algunos años como baterista junto a Iyer, Lehman y Steve Coleman, en 2007 eclosiona un Tyshawn Sorey completo: empieza a grabar como líder y los discos en los que figura están repletos de composiciones suyas: “Creo que mi búsqueda se inició de forma parecida a cuando Roscoe Mitchell o Anthony Braxton desarrollaron sus grupos propios para poder hacer exactamente lo que querían hacer. He aprendido mucho de las enseñanzas de la AACM: perseverar y perseguir incansablemente la música que quieres hacer, sin límites. Aprendí mucho con Vijay y con Steve Coleman, pero en sus grupos yo no podía desarrollar lo que realmente quería hacer con el instrumento. En realidad, antes de conocer a Vijay yo ya había participado en proyectos con percusión en el ámbito de la música clásica y contemporánea; tenía claros mis intereses, pero no tenía un grupo propio con el que explorarlos”.

La ambición de Sorey era enorme y los pilares de su desarrollo pasaron por grandes precedentes del individualismo en la improvisación afroamericana: “Sin duda, dos de las claves en mi formación fueron mis estudios con Anthony Braxton y entrar en contacto con George Lewis. En aquel momento yo estaba en mitad de una crisis: me sentía un fracaso como intérprete y como compositor, y tener la posibilidad de interactuar con algunos de mis héroes musicales fue un gran impulso para mí. No buscaba ser como Braxton o Mitchell, pero sí perseguir la música en la misma forma y al mismo nivel en que ellos lo han hecho siempre. Braxton me dio la clave cuando me dijo: “Has de llegar al punto en que nadie pueda definir o representar tu música, salvo tú mismo”.

En los últimos años, un Sorey que parece estar en un constante estado de gracia ha ampliado sus intereses mediante la conducción musical, en la que está erigiéndose como el heredero natural de Butch Morris: “Butch fue una especie de mentor para mí; recién entrado en la veintena toqué con regularidad en su grupo durante meses, y cada noche iba estudiando su forma de conducir, intentando aprehender su lenguaje. Sin embargo, no fue hasta hace unos cinco años que empecé a trabajar en profundidad las posibilidades de la conducción: partiendo del vocabulario de Morris y del sistema de conducción de Braxton he desarrollado una especie de lenguaje híbrido que se extiende mediante mis propias aportaciones, dando lugar a mi forma personal de conducir, y es algo que me resulta muy estimulante”.

La música que escribí para Verisimilitude tiene la particulari­dad de que cada intérprete puede tocar a partir del punto de la partitura que decida

Ese Sorey multidisciplinar ofrece una muestra definitiva en su último disco, un apabullante trabajo que expande algunas de las vías que ha ido explorando en los últimos años, como líder, como instrumentista y como compositor: “La música que escribí para Verisimilitude tiene la particularidad de que cada intérprete puede tocar a partir del punto de la partitura que decida, y seguirla en el orden que quiera. La música tiene un fuerte poso compositivo, pero cada vez que interpretamos una pieza es completamente diferente: el número de variaciones posibles es ilimitado. Aparte de esto, mediante la conducción yo puedo forzar la música para que se desvíe de su trayectoria en cualquier momento y ver a dónde nos lleva. ¡Hay veces que podemos llegar a estar interpretando dos piezas diferentes al mismo tiempo!”.

El inmenso potencial de Sorey acaba de ser respaldado por la beca Mac­Arthur, también llamada “para genios”. Esta beca es, además, un balón de oxígeno financiero para un artista que practica una música a la que resulta muy difícil dedicarse si no es con ciertas ayudas: “Nunca he recibido muchas becas; siempre he estado agradecido cuando he recibido cualquier tipo de apoyo, pero nunca he basado mi trabajo en conseguir financiación, porque al final de cada día he de sentirme a gusto con lo que hago. Me siento muy honrado y agradecido por la beca MacArthur, pero si no me la hubiesen dado seguiría trabajando al mismo nivel, en la misma dirección y con la misma perseverancia”. Aparte de esto, aunque acaba de terminar de grabar un nuevo álbum, el compositor tiene claras algunas de las primeras cosas a las que va a dedicar esta oportunidad: “Me gustaría hacer un disco en solitario, tocando todo tipo de instrumentos; en 2010 ya grabé en ese formato, pero no lo publiqué porque no estaba satisfecho con el resultado. Y también me gustaría hacer otro disco con el trío de piano… En fin, muchas cosas. Las ideas no dejan de brotar, y pretendo continuar trabajando en este ruido que tanto me gusta”.

 

«It’s time for bed»

I sat on the rug,  biding my time,
drinking her wine.
We talked until two and then she said,
«It’s time for bed».
 
John Lennon

 

La chica posee todos los libros de Murakami,
los discos de Journey & Cat Stevens.
El perfil de una Esfinge y
un talle ateniense.
Descalza anda por la vida.
Al escucharla percibes ese tenue sonido del mar sobre las arenas.
El ardor de un desierto rojo.
Duerme desnuda en su apartamento
sobre un piso de centenarias maderas.
En sus paredes naranjas luce viejos grabados de dioses olvidados.
Se baña bajo la lluvia,
en conjunción con los planetas gigantes,
-comparte su vino blanco, su cena seder
y sus oraciones-.
Sobre el suelo un libro abierto en la página sesenta y seis.
Y un juego de ajedrez de cristal.
(Juegan las blancas pero ambas reinas son negras).
Habla con la suave cadencia espiral de las caracolas
y el estridente sonido del ahora.
Confunde el abajo y el arriba.
El antes con el después.
Cree estar loca.
¿Es hora de irse a la cama?, dice…Le creo.
Pero a solas (aclara con un gesto).
La escena me recuerda aquella vieja canción.
Son las dos de la madrugada
del primer domingo
del verano de 2018.
Me deja a solas, sentado sobre el piso de madera
junto a su vino blanco, el tren de la paz y 1Q84.
A solas con las sombras danzantes de su perfil egipcio.
Con el sonido de sus pasos sobre el piso.
Sin la oportunidad de robarle un beso
cuando me susurra el nombre de sus muñecas.
Me deja, a solas, con el Océano Indico
golpeando la ventana entre abierta.
Ayer…
Desee ser el incendiario.
El oculto destripador de la madrugada.
Ahora…
No recuerdo mis sueños,
menos dormir.
A solas,
despierto abrazado a una diosa solar.
De sus labios brotaban mil serpientes de fuego.