Añoro tanto aquella sensación. Aquella sensación de descubrimiento,es una de las carencias adquiridas con los años, a medida que envejeces menos sorpresas encuentras a tu alrededor, casi todo se te hace tan predecible; predecible y aburrido.
La sorpresa por la palabra escrita o escuchada cada vez es menor; relees a Kafka, Huxley y Dostoyevski y esos autores,ya sea con sus palabras o sus existencias, te recuerdan que aunque el mundo este gobernado por locos y la locura, aunque no todo estébien,esa literatura y esas personasnos van a proporcionar las herramientaspara, quizá, muy pronto, estar mejor, o al menos, comprender por qué estamos tan jodidos.
Revisando algunos artículos que nunca concluí encontré uno sobre aquellos ácidos y tóxicos intercambios de mensajes a través de Twitter entre el por entonces recién reelecto Rafael Correa (hoy exiliado y reclamado por la justicia de su país) blindado con sus prejuicios y dogmas ante la variedad de la vida y dos jóvenes mujeres que lo único que exigían era su derecho fundamental a contraer matrimonio civil.
Hoy todo aquello ya no me sorprende.
“Tienes que encontrar otros refugios que no sean Twitter”, medijo mi esposa que al mismo tiempo resulta ser mi doctora y psicóloga. “Llegarán por casualidad,te golpearán también”, sugirió. Y no seequivocaba. Casi nunca se equivoca. Tiene su personal fórmula que nos permite permanecer juntos y felices: la mitad de las veces ella tiene la razón, la otra mitad yo estoy equivocado. Entonces…
El golpe de la casual sorpresa vino del nombre de Hannah Gadsby.
Escucharla fue fácil, pero al final resultó muydifícil. Como intentarrevivir las experiencias de los Otros, esos que son iguales a uno pero al mismo tiempo tan diferentes. Por ejemplo, lo que le escribe Pamela Troya a Rafael Correa: “ni Usted, ni su Constitución nos impedirá casarnos”. De todo ello nos habla Hannah Gadsby en su monólogo de 2018: “Nanette”.
Realidades que resultan difíciles de observar pero si prestas la debida atención a todos esos pequeños detalles que no se describen en los textos de historia las sociedades inexorablemente se mueven a favor de la felicidad y la realización plena de los individuos.
Hoy, Hannah Gadsby y Pamela Troya, me lo recordaron.
El monólogo de Gadsby se inicia como una comedia intrascendente con los clichés propios de una mujer (lesbiana) para concluir comoun alegato de libertad y comunión de vida, de amor y odio, de esperanza y estupidez. Testimonio de existencia personal yde convivencia humana.
En un mundo donde los discursos resultan tan cansinamente iguales y predecibles desde todos los pulpitos ya sean los altares o las tribunas políticas, desde los parlamentos o las aulas universitarias, Gadsby te sorprende con su “stand up” a la manera de Gregorio Samsa cuando se convierte en un insecto gigante.
Su narración está construida con ideas, no con dogmas, consignas o el kitschhabitual de los medios. Son palabras con matices de ideas y profundidad de sentimientos proporcionados por su personal experiencia. Ideas que detallan esa parte oculta y oscura de esteextraño e infinito mundo. Palabras que te hacen reír con crueldad y pensar con desasosiego.
El monólogode Gadsby revierte en menos de una hora todo lo que conocíasobre humor y sobre exposiciónde identidades de género. No tiene nada que ver con el humor de Pánfilo o Cristinito, para recorrer todo el posible espectro humorístico nacional, comienzas riendo, terminas llorando.
Toda historia tiene una verdad oculta, el humor solo describe lo visible. Gadsby, su humor es la emanación de la verdad vital de una mujer golpeada que supo renacer de todas sus heridas. Puede resultarte similar a los “Monólogos de la vagina”pero sin transfobia. Un hondo poema de Cernuda sobre los placeres prohibidos. Una densa novela del crimen y el castigo. Unensayo escrito con esa fuerza de DavidFoster Wallace hablando de enfermedad, muerte y suicidio.
Gadsby hizo conmigo lo que los libros deKafka, Huxley y Dostoyevski hicieron en mi primera adolescencia y lo que Nothomb, Bukowski y Kerouac hicieron en mi segunda juventud, convertirme en un ser libre.
Les recomiendo que vean “Nanette” de Hannah Gadsby; aunque Hannah pienselo contrario cuando termine el espectáculo serán (¿seremos?) mejores seres humanos; o, al menos, recuperemos el gusto por la sorpresa.