Ya muy vieja, en su asilo, la madre de Charles Simic le preguntaba si todavía escribía poesía. El hijo, un poco avergonzado por la decepción que le volvería a causar, le contestó que sí: seguía en ésas. ¿Seguir escribiendo poesía a los setenta y tantos? Algunos piensan que, para un hombre de esa edad, escribir poemas es como salir a nadar por las noches con una muchacha universitaria.
De la perseverancia de Charles Simic deja constancia su libro, (New and Selected Poems. 1962-2012, HMH, 2013) una antología de medio siglo de poesía.
Cincuenta años de constancia: tan maduro el primer poema como el último; tan fresco el poema del viejo como el de veinteañero. Esa es, quizá, la gran sorpresa de este libro magnífico, sólido; voluminoso pero compacto. Poemas tallados en la misma madera oscura y severa, de la que brotan siempre las astillas irónicas, ácidamente sonrientes. Comenzar el libro desde la primera página es entrar ya en la pesadilla demencial de su historia.
Una carnicería traza nuestro mapa…
Un delantal cuelga del gancho:
Embadurnado por continentes inmensos
Mapas de sangre,
Los grandes ríos y océanos de sangre.
Nuestra cartografía dibujada a golpe de cuchillo.
En el poema gobierna la noche como en casi todos los poemas de Simic. La carnicería está cerrada pero hay una luz solitaria “como la del condenado cavando su túnel.” Y ahí, en la hondura de la noche, el poeta escucha una voz. Toda su poesía proviene de esa luz, de esa voz, la voz del condenado. Ahí, en este poema-epígrafe, se fija el tono de su escritura: el reconfortante pesimismo del insomne. Sabiduría de la humildad que quiere ser piedra, adentrarse en la roca inerte que el niño arroja al río y que los peces mordisquean… y escuchan. Tal vez las paredes de la piedra no son tan oscuras como parecen: cuando dos piedras se rascan vuelan las chispas.
Bordando siempre la catástrofe, ajena a todos los engaños de la esperanza, en alerta siempre frente a la imbecilidad de la política, la teología y la ideología, la poesía de Simic siempre sonríe. No deja nunca de escuchar la palabra del despreciado.
El humor está presente en la poesía de Simic -como estaba en el Belgrado de su infancia. Mientras caían las bombas, recuerda en sus memorias, se contaban los mejores chistes. En un poema recogido en esta antología retrata su cameo en la cinta de la historia del genocidio…. Tuve un papelito en la épica sangrienta del siglo, escribe. Se me puede ver en la película: no tengo parlamento pero aparezco ahí apretujado como pollo, escuchando al Gran Líder. También fui uno de los bombardeados, también huí de la ciudad en llamas, también vi cómo se asesinaban, pero, obviamente, eso no lo filmaron. Pero sé que estuve ahí.
Simic ha podido ver el monstruo que nos observa todos los días en la mesa. El tenedor es una criatura horripilante: la pata de un pájaro en el collar de un caníbal. Odas elementales a la escoba, la cuchara, los zapatos, los ratones, las moscas, los gusanos. Tengo fe en usted: Don Gusano. En este mundo de incompetentes, sólo usted es eficiente y confiable en la administración de su negocio.
Al terminar una entrevista, el periodista le preguntó a Simic si quería agregar algo. En italiano, dijo: Mangia molto, caca forte, I nia paura de la morte.
Come mucho, caga fuerte y no temas a la muerte.