Sandwich carringtoniano.

Mi amigo Pepe de la Colina me cuenta a través de Twitter una anécdota maravillosa de Leonora Carrington.

Un día Leonora recibe una visita en su casa, media desnuda como andaba por la vida. Quien llega es un crítico de arte, un defensor del realismo socialista, cuyo nombre está perdido en los anales del olvido.

Imaginándola aleccionable, le habla del compromiso social del arte, de la deuda que el Creador ha de pagar al Pueblo. La invita entonces a dejar las tonterías del surrealismo para entregarse a la causa socialista. La pintora no le responde pero, acariciando la mano del visitante, le pregunta si ha cenado. Al saber que no, le ofrece un “sandwich carringtoniano”. El crítico acepta de inmediato, curioso por la delicia gastronómica que descubrirá muy pronto. Leonora va a la cocina. Luego va al cuarto de su hijo pequeño. Vuelve a la cocina y entrega después el sandwich al grandilocuente promotor del arte comprometido. El sandwich carringtoniano era un sandwich de jamón con caca de bebé en lugar de mostaza. El crítico saborea el plato y hace algún comentario sobre el toque exótico de sus sabores. Un sabor intenso… pero exquisito, le dice agradecido.

Ahí está, en una cápsula, la idea que Leonora Carrington tenía del arte político. ¿Usted me pide arte comprometido? Yo le preparo un sandwichito.

La rebeldía de su imaginación no tocaba las coordenadas de la ideología. Quien contemplaba las maravillas de los astros y las moléculas, quien injertaba plantas en los venados, quien rompía la tiranía de la gravitación, la cuidadora e inventora de mitos habitaba otra historia. La política no tenía sitio en sus lienzos. Su rebeldía, esa marca de todas sus artes, se expresaba de otro modo.

Termino de visitar su exposición “Cuentos mágicos” concluyo extasiado y agotado de luz y libertad. La expo tiene la habilidad no solo de recorrer la obra plástica tiene el gran acierto de rescatar también su incursión en el teatro y el cine, sus maravillosas cartas, esas admirables piezas literarias que son sus cuentos y sus memorias. Su arte, escribió el mexicano Carlos Fuentes, “es una batalla alegre, diabólica y persistente, contra la ortodoxia.” Subversión de cuerpos y de reinos; revuelta contra la razón y la fe. Apuesta por la magia, lealtad al mito. Una burla y también una denuncia. Esto último adopta, excepcionalmente, forma francamente política.

En la muestra asoma un cuadro que llama la atención de inmediato. No solamente resalta por abordar políticamente la coyuntura sino porque parece realizado en un arranque, de prisa, bajo el influjo de otros demonios. No se encuentra ahí la sutileza sobre la tela. Es un cuadro con trazos toscos sobre un comprimido de madera. La firma resalta la fecha: 13 de agosto de 1968. Es la contribución artística de Carrington al movimiento estudiantil. Con dos hijos universitarios involucrados en la protesta, Leonora no podía permanecer indiferente. La represión se dejaba sentir. La hechicera sentía el deber de apoyar al movimiento y donaba un cuadro a los jóvenes para que lo subastaran y obtuvieron dinero para comprar mantas, comida, papel. El cuadro que regaló muestra a un tigre con cabeza de ave y jirafa que sostiene figuras adorando a una mariposa y a una espora gigante. En ambos lados, textos manuscritos. El cuadro pinta, en realidad, lo que no es. En una columna a la izquierda, puede leerse: “No es el retrato de un político, no tampoco de un granadero, no está en el ejército. No maltrata ni asesina a nadie. Es un dibujo libre, quiero guardar mi libertad.” Y a la derecha, un poema de John Donne.

“Arts triumph over man and without such advantage kill me then”. A decir verdad, no puede ser apolítico el arte de esta “feminista natural”, como la llama Tere Arcq. Nunca dejó de pintar libertad. Nunca dejó de picar nuestra imaginación. Libertad. Se rompe por doquier el catálogo de las especies. Humanos y animales se fecundan y mestizan. El universo, una fraternidad en el misterio.

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