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Nos podríamos preguntar. ¿De dónde surgen y nos llegan estas ideas tan ajenas a nuestra cultura? De países en los que existen grupos poderosos con gran capacidad económica y de influencias. Se valen del creciente proceso de globalización y tratan de influir para crear una cultura uniforme que acepte y adopte sus criterios descalificando a los de los otros. Es lo que entre nosotros a veces se ha llamado el “imperialismo cultural”. Han penetrado los organismos internacionales, de tal manera, que muchos de éstos y gobiernos de países ricos influyen en países menos desarrollados necesitados de ayudas económicas, financiando en ellos a grupos afines a sus ideas y presionando a los gobiernos de los mismos hasta el punto de condicionar, en muchas ocasiones, la ayuda económica, para que apliquen políticas como estas. Es un nuevo colonialismo ideológico.
De acuerdo a estas consideraciones se asume irrespetuosamente que las ideas de igualdad plena del hombre y el actual debate sobre el matrimonio igualitario que propicia el proyecto de Articulo No. 68 de la nueva constitución se deben a las influencias del “lobby gay internacional” o el “imperialismo cultural” y su dañina influencia en Cuba que los acepta como condición de ayudas y cooperación internaciones, es lo más estúpido que he escuchado en todo el debate.
Estas ideas no solo son falsas, sino ofensivas para los cubanos.
De acuerdo que existen “grupos poderosos con gran capacidad económica y de influencias”. La Santa Sede, el Vaticano, la Iglesia Católica Romana, es el grupo más poderoso, con una enorme influencia y de una riqueza comparada a la de cualquier multinacional postmoderna. Digamos similar a Monsanto o la General Motors, pero con una influencia en la psique y la simbología humana muy superior a las primeras, GM ni se le asemeja. Esa narrativa va más allá de vender un fertilizante o un auto y desea prefigurar la vida y la muerte, la carne y el alma de los hombres. Ese “grupo” –ese lobby para usar el anglicismo de moda- se ha sustentado desde el Pulpito, pero sobre todo desde el Trono, para propagar sus particulares visiones del mundo desde la Antártida a Groenlandia. Desde Australia a Japón. Y con éxito. Quizá es el mayor éxito como “grupo” (lobby) de la historia de la civilización occidental. Si retrocedemos lo suficiente en la historia, la globalización de ese “lobby internacional” lo inició la propia Iglesia Católica de conjunto con los Reyes Católicos de España ( ayudados por Portugal) con ese mismo propósito “crear una cultura uniforme que acepte y adopte sus criterios descalificando a los de los otros”.
Pero ya hemos descrito que la Iglesia, sobre todos sus feligreses, la comunidad de creyentes más allá de sus jerarquías e instituciones dogmáticas, no son un ente monolítico, en ella palpita igual la pluralidad de la persona humana, individual, familiar, colectiva y ciudadana.
A lo largo de los siglos la sexualidad ha estado imbuida de un conjunto de aspiraciones y regulaciones políticas, legales y sociales cuyo objetivo ha sido inhibir o alentar, estigmatizar o alabar, determinados deseos y formas de expresión sexual. Hoy resulta prioritario distinguir lo que es el carácter del intercambio sexual en sí mismo de los contenidos simbólicos que les adjudican las personas, las culturas y las sociedades. Mientras que para unas personas ciertas prácticas per se son ilegítimas, para otras lo definitorio como validación ética de un acto sexual no radica en un acceso preestablecido al sexo opuesto, junto con determinada forma de usar los órganos y orificios corporales, sino en la libre elección y en la relación de mutuo acuerdo y de responsabilidad de las personas involucradas. Así, para la Unión Europea, cualquier intercambio donde haya verdaderamente autodeterminación y responsabilidad mutua es ético, y no es una impostura moral o “colonialismo ideológico”.
La Unión Europea y sus comisiones e instituciones políticas y jurídicas, de las instituciones humanas, son las que han realizado los mayores esfuerzos por reconocer derechos humanos universales y fundamentales, ideas que han nacido y florecido de acuerdo a las luchas individuales y colectivas de sus ciudadanos a través de los siglos, con el fin último del reconocimiento de la “dignidad plena del hombre”, pero sobre todo esas instituciones europeas han asumido por igual sus trágicas y dolorosas influencias en la historia de los hombres violando esos derechos hoy reconocidos atizando la colonización, la esclavitud, y el despojo de millones de vidas por razones de codicia y/o xenofobia.
El esfuerzo del Articulo No. 68 en Cuba, (la nueva Carta Magna) se propone desde la política y no desde la propia sociedad, pues los reconocimientos de los derechos sexuales han sido tema de persecuciones y exclusiones en la historia de Cuba, desde el catolicismo y el marxismo.
El tema constitucional, entre sus muchas virtudes, ha facilitado un debate democrático que busca propiciar el consenso y el consentimiento en el ámbito de la vida sexual, matrimonial y familiar, igual se podría extrapolar para el ámbito político, económico, religioso o moral, en general para el debate ideológico o político. No es un tema superfluo o desechable en las actuales condiciones y disyuntivas de Cuba.
Un valor de suma importancia es el consentimiento, definido como la facultad que tienen las personas adultas, con ciertas capacidades mentales y físicas, de decidir su vida. En este caso su vida y experiencia sexual. Frente al atraso conservador, que invoca una única moral “auténtica” para restringir la sexualidad a sus fines reproductivos, se alza esta postura ética que defiende la posibilidad de una relación placentera, consensuada y responsable.
Es un hecho que las personas toman por “natural” un sistema de reglamentaciones, prohibiciones y opresiones que han sido marcadas y sancionadas por el orden simbólico y legal. Sin embargo, el orden simbólico no es inamovible, y se ha ido transformando. Hasta hace poco los negros, los indígenas y las mujeres eran considerados seres de segunda, y sus derechos humanos estaban restringidos. Ahora les toca el turno a las personas homosexuales, cuya “diferencia” radica sólo en el hecho de que su objeto erótico/amoroso es una persona de su mismo sexo, “homo”.
Una mirada a las estadísticas en Cuba, denotan que cada vez son menos los homosexuales que se niegan a sí mismos hasta el punto de casarse con personas del sexo opuesto como si fueran heterosexuales debido a las presiones sociales o culturales o los procesos ideológicos de estigmatización o discriminación como por ejemplo se han dado en Cuba en las últimas décadas, por solo citar dos actos de nuestra historia recordemos la UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción) y el Mariel.
Todavía hoy las personas con un deseo homosexual lo tienen que reprimir o esconder para tener una familia. Y no solo en Cuba. En Francia, por ejemplo, las personas solteras pueden adoptar criaturas, por lo que una pareja homosexual enfrenta la contradicción de que uno de ellos podría adoptar legalmente, y luego vivir en pareja sin casarse, pero las parejas homosexuales se les prohíbe la adopción.
Son pocas las parejas homosexuales que valientemente asumen de manera abierta su deseo, pagando costos sociales y psicológicos altísimos. Sin embargo, la cada vez más amplia y decidida participación homosexuales en la vida política y cultural ha ido transformando el orden simbólico en relación a la libertad. De ahí la importancia de interpretar a la acción colectiva como el elemento crucial que modifica el orden simbólico.
Aunque la participación colectiva de la comunidad homosexual cubana se ha dado desde ambientes que tienen más que ver con lo superfluo o lo carnavalesco que propician los mismos esquemas dominantes de la “ideología heterosexista católica o marxista-leninista”.
En la modernidad democrática es imprescindible desarrollar una comprensión distinta de la condición humana, apuntalada por información científica, la secularización de la razón ha afectado todas las narraciones teológicas desde el hinduismo, el islamismo y sobre todo las iglesias cristianas asentadas en lo que podríamos definir como Occidente.
La polémica sobre la diferencia entre los sexos y su peso en el orden simbólico expresa la dificultad para reconocer que la disparidad del lugar de las mujeres y de los hombres en la vida social no es sólo el producto de lo que son biológicamente sino del significado que sus actividades adquieren a través de interacciones sociales concretas. En la vida social humana la diferencia entre los sexos, más que una causa de la desigualdad, es una excusa. Es común, al hablar de la mujer y del hombre, dejar de lado que su existencia también depende de condiciones sociales, procesos de estructuración psíquica y tradiciones culturales, tal y como describía tempranamente Engeles.
Es esencial entender que mujeres y hombres no son un reflejo de una realidad “natural” sino que son un producto de una realidad “construida”. En ese sentido los seres humanos son el resultado de una síntesis en la que participan un proceso biológico, una estructuración psíquica, una producción cultural y un momento histórico. El discurso de los Obispos ya sean de Roma o Santiago de Cuba, se sustentan en el tema biológico como sinónimo de la intervención divina a través de la Creación, desestimando el resto.
Es fundamental para la vida democrática, a la que aspira toda sociedad en el siglo XXI, incluyendo la cubana, reconocer que las acciones de los ciudadanos van ampliando y transformando los márgenes de lo que tradicionalmente se considera aceptable o moral. Las leyes que rigen la convivencia son la concreción de esas concepciones, por eso cuando la sociedad cambia y las leyes no reflejan esas transformaciones, el orden social entra en conflicto. En cambio, cuando sí reconocen las modificaciones en las conductas y las aspiraciones éticas, los procesos legales consolidan el avance social. Por eso no hay que olvidar que si hoy la orientación sexual es un valor defendible en la Unión Europea es por el impulso ciudadano a una acción política antidiscriminatoria, basada en el respeto al consentimiento mutuo, a la libertad responsable y a la diversidad sexual. Así, la pluralidad de la vida sexual actual se constituye no sólo por nuevas subjetividades y transformaciones culturales, sino además por políticas públicas y cambios legislativos fundamentados en los principios de igualdad y libertad. La demanda de igualdad ciudadana en relación al matrimonio homosexual toca la definición misma de sociedad democrática. Como la democracia se lleva a cabo también en la ética de las normas sexuales, respetar la orientación sexual implica defender la vida democrática, reconoce la Unión Europea.
Para el Vaticano aceptar que lesbianas y gays se casen significa poner en cuestión la norma heterosexista. (Se califica de heterosexismo a la ideología que postula la complementariedad de los sexos, y que al mismo tiempo discrimina en función del sexo. Por ejemplo, el orden social patriarcal sobre el que está (re)construido el orden simbólico católico es heterosexista). No sorprende, por lo tanto, que la jerarquía de la iglesia católica esté aterrada ante lo que vive como el derrumbe de su moral (que obviamente piensa que es La Moral). A ello se suma la homofobia, vivida como el miedo a la atracción erótica por una persona del mismo sexo y la supuesta repulsión que producen ciertas prácticas sexuales homosexuales. La fobia es un temor/rechazo irracional. Un mecanismo psíquico, común a todas las culturas, que ante cualquier diferencia clasifica a las personas en dos grupos: las que son iguales a mí y las que son diferentes. Como todo grupo humano busca mantener su cohesión mediante la exclusión de lo diferente, entra entonces en acción ese mecanismo por el cual toda diferencia se traduce, en un primer momento, en antagonismo, rechazo y/o temor. Lo que Lacan denomina las “raíces psíquicas del odio”.
Las posiciones conservadoras postulan lo “antinatural” de la homosexualidad para imponer su visión moral y las conductas sociales que la validan. Olvidan que se ha comprobado la “naturalidad” de las prácticas homosexuales en todas las sociedades y culturas a lo largo de la historia humana, incluso prácticas homosexuales en otras especies de mamíferos.
Además, no es válido ética ni científicamente fijar un imperativo moral a partir de un supuesto orden “natural”. Lo “natural” respecto a la conducta humana no existe, a menos que se le otorgue el sentido de que todo lo que existe, todo lo humano, es natural. Con el término “natural” se estigmatizan ciertas prácticas y se propone la “normalización” de los sujetos y, en algunos casos, su represión. No se puede pensar la sexualidad humana derivada de un orden “natural”, a menos que se lo haga con el sentido libertario y pluralista de que vale todo lo que existe, entre seres libres, aptos, adultos y de forma consensuada.
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El psicoanálisis postula la producción de la orientación sexual a partir de procesos relacionales e imaginarios. Para el psicoanálisis, por ejemplo, la identidad sexual de los seres humanos se construye en el inconsciente, no hay una correspondencia de identificación de las niñas con la madre y los niños con el padre. Ni el sexo ni la sexualidad de los padres son una garantía de nada en las elecciones sexuales de los hijos.
El tema de la familia homo-parental se convierte en objeto de las preocupaciones también de sociólogos, antropólogos e historiadores. Algunos traen a colación el escándalo que se dio anteriormente en relación a las familias monoparentales, las recompuestas y las “artificiales” (a partir de las nuevas tecnologías reproductivas). También entonces los conservadores pusieron el grito en el cielo y lanzaron sombrías predicciones sobre los efectos negativos que iban a tener dichos arreglos familiares en el psiquismo de inocentes criaturas. Hoy, pese a tan tétricos augurios, estas familias se han “normalizado” al menos en las sociedades occidentales, al grado de que, en el caso de las que han recurrido a las nuevas tecnologías reproductivas, se “olvida” el origen biológico de los hijos. Dichas técnicas, que cimbran los supuestos consagrados de la ideología occidental respecto a la filiación y la descendencia, instauran un nuevo vínculo simbólico por encima del biológico.
En Francia, ciertos “expertos” intentaron mantener el statu quo de la familia heterosexual recurriendo al concepto de “diferencia entre los sexos” y a su calidad de elemento estructurante del orden simbólico. Pero, al interpretar “diferencia entre los sexos” como heterosexualidad, acabaron haciendo una apología de la sexualidad mayoritaria más que un esclarecimiento del fundamento antropológico de la cultura. Esta interpretación fue refutada por opiniones profesionales reconocidas, opuestas a situar en el mismo nivel significante la heterosexualidad y la diferencia entre los sexos. Al confundir a la sexualidad mayoritaria con la diferencia entre los sexos, la sexualidad minoritaria queda colocada como una negación de dicha diferencia, cuando en la realidad no es así. La polémica llevó a la discusión fundamental sobre si la heterosexualidad es la base universal para las categorías culturales de parentesco.
Ese debate se continua desde el ámbito académico, pero igual desde el social y cultural, al menos en Francia y España. No en Cuba.
El orden simbólico está constituido por creencias que parten de la “sexuación” y que son orquestadas por el género, es decir, por las creencias en lo “propio” de las mujeres y lo “propio” de los hombres. Expuesta por Lamas, por ejemplo. Se puede seguir la pista de estas creencias y des-construirlas. El orden sexual no está inscrito en “la naturaleza de las cosas”, es resultado de una historia.
El debate francés reafirmó la necesidad de interrogarse sobre los principios fundadores de normas que se imponen como evidencias naturales. Admitir el carácter estructurante que tiene la diferencia sexual para la cultura no implica equiparar de modo unívoco “diferencia sexual” con complementariedad sexual, ya sea heterosexual o homosexual. En nuestro esquema simbólico dualista se extrapola la complementariedad reproductiva a los demás aspectos de los seres humanos y se piensa que mujeres y hombres también son complementarios moral, intelectual y sexualmente. Pierre Bourdieu indica que al simbolizar de manera complementaria la condición sexual humana, se produce un sistema normativo que propicia que se vean como “naturales” disposiciones construidas culturalmente y se impone la heterosexualidad como el modelo. Dicha simbolización “transforma la historia en naturaleza y la arbitrariedad cultural en natural”.
Es indispensable establecer una distinción entre heterosexualidad y diferencia sexual.
Cuando se habla de diferencia sexual se hace referencia a la existencia de dos sexos, Los seres humanos venimos al mundo en cuerpo de mujer o de hombre, pero no hay que olvidar que también hay personas hermafroditas y personas intersexuales, que aunque no tienen demasiado peso estadístico tienen un peso simbólico y permiten hablar, como hace Fausto-Sterling, de al menos cinco sexos. pero las combinaciones posibles de atracción erótica y, por lo tanto, de pareja sexual entre dos sexos son básicamente tres: mujer/hombre, mujer/mujer, hombre/hombre. Negar la realidad del deseo homosexual para preservar el modelo reproductivo tradicional como paradigma de relación sexual es flagrantemente ideológico y conduce a una situación imposible. A un absurdo. Este deseo tiene visibilidad social en las parejas homosexuales y las familias homo-parentales, y ha forzado a una definición legal y política en la Unión Europea, ubicando el dilema del matrimonio igualitario en el orden de la acción colectiva y de la voluntad política.
El debate público cubano sobre este asunto en particular, la variedad de escritos que han visto la luz en medio de esta discusión son estimables, no solo por su cantidad sino también por la variedad de sus miradas, acotaciones, y re-lectura ya sea desde el ámbito político o social, por el contenido jurídico de importantes conceptos como ciudadanía, patria, nación, Estado, matrimonio, familia, propiedad, etc.
Todo ello hacen del mismo uno de los debates más estimulantes de las últimas décadas y un pre-texto para imaginar la nación que queremos.