Aquella escuela de barrio adentro, magistral, Alma Mater de la infancia, con su inmenso patio rodeado de robles, palmas, cedros y una ceiba central protectora de soles y lluvias, se me queda sola ahora de las risas y los ruidos de sus cientos de alumnos. No tiene techo. No tiene ventanas o puertas, no tiene ese azul celeste que siempre la distingue desde las calles de mi Santos Suárez.
No se puede recuperar la perdida de la vida humana. Solo eso.
Pero esa majestuosa Ceiba, desnuda, sola, erguida y transparente, me hace pensar que para resistir y sobreponerse a los embates de la vida, a las tormentas, a las mareas, solo se necesita una profunda raíz en el suelo, en el alma, en el espíritu, esa señal única de humanidad que nos hace cuasi invencibles: el amor. Como la Ceiba de Aguayo.
Como la Ceiba de mi escuela de Santos Suárez, signo de espiritualidad y fortaleza, de entereza y de recuperación mágica desde la vida.
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up to dated 26 marzo 2019
Dos meses después el ciclo de la vida reinicia su labor infinita, verde, azul, como el cielo de mi humilde barrio habanero… Signos, jeroglíficos en clorofila, fuerza de la esperanza, también de todo lo que el amor espera. Esta es la crónica de una resurrección vegetal.