Amor potente y concentrado.

 

La poesía de Krishna Naranjo Zavala es como la velocidad de aquel 550 Barchetta.  

Su boca emite poesía con esa vibra exquisita entre la plenitud sexual, el placer de los sentidos, la gratificación de las palabras y el misterio del disfrute estético de la vida, su voz trasmigra en un tarro de leche y miel en el centro del orbe. Un atardecer de invierno en la Villa Strangiato, el color ocre de las colinas y la luna de mantequilla en el Temples Of Syrinx. La briza del mar, el olor a vino, el tren cruzando el desierto de Oriente, tú sexo húmedo.

Amor potente y concentrado.

El amor entre Krishna y Radha será el sacramento de toda una religión, un sistema de creencias que se renueva en la destrucción creadora. Un amor ilegítimo, pues Radha es una mujer casada. Ambos mantienen una relación fuera de la Ley, un amor parakīya-rasa (relación fuera del matrimonio), pero en la tradición india, en su religión y sobre todo en su poesía, ese amor será designado el más sublime.

Y es que, en el amor total, el amor real, el verdadero amor es el que destruye toda convención. Destruir todo signo del mundo para alcanzar su esencia, el Uno, lo Divino, delirio sollozante que conducen a la divinidad en la primogénita esencia humana. Es ese tensarse del arco de caña de azúcar, en la flecha que apunta al blanco más que en el encajarse en la piel o comer la fruta (en este caso nunca prohibida), ese es el Amor; el intervalo en que la flecha de Kāma (el Eros indio) antes de hacer contacto físico y real entre los amados, es la trama de esta historia, la huida del dios azul en el bosque, el vago murmullo de su flauta, la sed de la dulzura que inflama el corazón y hace que nos aferremos a la imagen, al sabor de lo divino, de aquello que hemos ilusoriamente perdido, pero que nos da la energía para levantarnos, para ir de cacería y ser seducido por el ciervo que susurra delirios de amor, a encontrar lo divino, al tiempo que se nos vuelve a ocultar.

Radha entonces castiga al dios infiel Krishna, y lo araña, lo muerde, lo asfixia con sus piernas, lo aplasta con sus senos. Los truenos del amor resuenan (la gran batalla del Mahabharata con sus millones de elefantes y ríos de sangre intestina, no es más que este combate). Al consumar su romance, el cuerpo de la amada se convierte en un lienzo donde el dios dibuja con los jugos del amor formas arcanas, fórmulas secretas, cifras y emblemas, nos cuenta el Gita Govinda.

Es el deseo lo que crea el mundo.

Y para que el mundo siga creándose debe haber distancia, separación, nuevo deseo. La tensión del deseo es lo que genera el fuego creativo (un calor interno, individual, personal y único, el que está en el origen de la cosmogonía védica).Sin distancia no hay esencia, o movimiento, ese movimiento perfecto circular, exitus/reditus, no hay un ir tras el objeto del deseo, no hay acción; karma, el constructor del mundo, el combustible del tiempo, depende de Kāma.

Sin el deseo, es imposible la paz perfecta de la unión con el Brahman: la gota cae al mar y se disuelve en el mundo, toda diferencia. Todo diferencia. Entonces todo es posible…el juego del amor divino, la relación personal entre el amante y el amado, entre el alma y dios. También es necesario el fuego y el agua, la danza de opuestos. Eso es lo que representa Krishna y Radha, amándose en su claro de bosque.

Aunque toda separación sea una ilusión, aunque toda separación sea una realidad; siempre el Uno es Todo y ese Todo ocurre dentro de nuestro cuerpo que es el Sat-Chit-Ananda, esa unión vital que da vida al mundo, la Creación misma.

Este es el juego perpetuo de Krishna y Radha en el bosque, su mano azul sobre el sexo de Radha, el amor que crea el mundo y lo destruye y lo vuelve a crear, separándose sólo para volverse a unir y deleitarse infinitamente en sí mismo: el amor que es la deificación de todas las cosas.

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