Acabo de finalizar la novela “Leonora” de la escritora mexicana Elena Poniatowska. Leonora Carrington fue una excéntrica mujer, amante, artista, pintora que experimentó con diversos matices de la creación artística durante su vida en Europa y en México.
A una corta edad, conoció al genial Max Enrst hombre que transformó su vida. Una vida de sueños y realidad, amor y lujuria, locura y guerra.
Tras escapar de un hospital mental en Santander, huyó de la mano de Renato Leduc a México para sostener a este país como un refugio (no tan placentero en un inicio) y el plano perfecto para establecer lazos con varios de sus colegas y amigos surrealistas en el exilio Breton, Rahon y su fiel confidente, Remedios Varo.
Una lectura magistral de vida, como la vida de Leonora. Alejada de la visión del arte y la vida pública de Diego y Frida, los que dominaban la escena de México, Leonora siempre fue una descontenta visionaria. La visión de Carrington es más europea, más onírica, menos teatral o política. Nos muestra imágenes internas de diálogos a partir de una mística personal y la constante ruptura con el todo, animales y naturaleza se retuercen en sintonía con la condición humana. Vida y pensamiento siempre crítico.
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«No tuve tiempo de ser la musa de nadie… Estaba demasiado ocupada rebelándome contra mi familia y aprendiendo a ser una artista».
«Ese endiosamiento en la mujer es puro cuento, las llaman musas, pero terminan por limpiar el excusado y hacer las camas».
«El mundo que pinto no sé si lo invento, yo creo que más bien es ese mundo el que me inventó a mí».
«No me gustaría morir de ninguna manera, pero si llego a hacerlo algún día, que sea a los 500 años de edad y por evaporación lenta».
«La idea de musa es algo que yo nunca comprendí muy bien. Está basada en la divinidad griega, pero yo entiendo a las musas como señoras que se dedican a zurzir calcetines o a limpiar la cocina. ¿Quién fue la musa de Dostoievski? ¿Su epilepsia, acaso? Prefiero que me traten como lo que soy: una artista».
» (…) conocí entonces a Octavio Paz, a Diego Rivera, a Fridha Kahlo y a José Clemente Orozco. La verdad es que no me interesaron ni Orozco ni Rivera, que eran muralistas políticos. Sí, en cambio, Frida, que empezaba a ser ya una mujer cargada de sufrimientos. Yo había estado en su segunda boda con Diego y mi última secuencia de ella fue verla ya enferma en la cama».