No hay que ser un pesimista empedernido para constatar que la situación política se ha degradado en los últimos años a nivel global y local: los populismos seducen, la religión se politiza, los migrantes se agolpan en las fronteras y las tensiones geopolíticas entre Estados Unidos, Rusia y China van en aumento.
Asumiendo este panorama oscuro Slavoj Žižek rescata una frase del filósofo italiano Giorgio Agamben, El coraje de la desesperanza, para titular su último libro publicado en España el año pasado por Anagrama. Son 408 páginas que se leen a un ritmo similar al que emplea el filósofo esloveno al hablar en videos, charlas y entrevistas, pasando de un tema a otro de manera rápida, haciendo tics y moviendo mucho las manos.
Provocador como siempre, Žižek presenta al lector una invitación y un desafío: entrar en el túnel oscuro y sin expectativas de un capitalismo global vulnerable, pero al mismo tiempo más entronizado que nunca en el tejido social. Tras enumerar las calamidades de la última década, recurre a una imagen cinematográfica para situarnos en el espacio moral desde el que escribe: “Puede que la luz al final del túnel sean los faros de la locomotora que avanza hacia nosotros”. Aun así, advierte que lo peor sería quedarnos donde estamos.
El requisito para entrar en ese túnel es asumir como propios los dos instrumentos de navegación fundamentales de Žižek, el filósofo alemán F. G. W. Hegel y el médico y psiquiatra francés Jacques Lacan.
De Hegel toma el método dialéctico para iluminar los puntos calientes, identificando sus contradicciones y exacerbándolas casi hasta la caricatura. Así logra extraer conclusiones radicales y opuestas a la ética convencional políticamente correcta de la izquierda socialdemócrata, a la que detesta sin medias tintas. Un botón de ejemplo: “La manera de combatir el odio étnico eficazmente no es a través de su contrapartida inmediata, la tolerancia étnica; por el contrario, lo que necesitamos es más odio incluso, pero el odio político de verdad, el odio dirigido contra el enemigo político común”.
De Lacan extrae las distinciones entre lo real, lo simbólico y lo imaginario, y los espacios ambiguos que hay entre cada uno, para separar los elementos que están en juego en este drama del capitalismo global triunfante y a la vez saturado. Por ejemplo, el sexo y la religión, dos aspectos de lo humano que se han politizado de manera problemática en los últimos años. “La religión fundamentalista no es solo política, es la política en sí misma”, plantea. “Ya no es solo un fenómeno social, sino la mismísima textura de la sociedad, por lo que, en cierto modo, la sociedad misma se convierte en un fenómeno religioso”.
Žižek es particularmente venenoso allí donde se cruzan el sexo y las sexualidades con lo políticamente correcto. La marcha del orgullo gay en Vancouver, Canadá, le sirve de pretexto para impugnar el aprovechamiento oportunista de la causa LTBGQ+ por parte de empresas, marcas, matinales de televisión, así como contradicciones éticas tan flagrantes como las de Tim Cook, el CEO de Apple, quien apoya los derechos de los homosexuales y transgénero, pero se muestra del todo indiferente a los derechos laborales de quienes trabajan ensamblando sus gadgets tan apreciados por las élites globales.
Žižek fustiga también a los nuevos movimientos de izquierda como Podemos en España y Syriza en Grecia, cuya obsesión de querer superar al padre (la vieja izquierda comunista o socialdemócrata desgastadas) terminan validando la teoría de Freud de “los que fracasan al triunfar”. Por un lado, identifica y deplora este eterno retorno al no poder (o la eterna impotencia del anticapitalismo); por otro, denuncia la apuesta obscena de muchos izquierdistas de que una catástrofe ambiental derribe las estructuras capitalistas globales.