Desnudo frente al espejo, Pío XIII (Jude Law) se repite a sí mismo: «Soy el Papa». Soy el Papa». Así comienza la serie El Joven Papa. Pero este Santo Padre no es hebreo, tampoco es alemán ni tan siquiera es argentino. Es uno norteamericano, interpretado por un inglés y ficcionado por el italiano Paulo Sorrentino para la trasnacional audiovisual HBO.
Muchos de los fanáticos de siempre han declarado que es una serie que nos muestra toda la corrupción y putrefacción de la Iglesia Romana. Otros que es una apología a la Iglesia y al Santo Padre. Algunos han opinado sin tan siquiera haberla visto. No sé qué serie han visto, al menos no es la que he visto yo. Uno nunca sabe, cuándo se trata de Dios, o Poder, o Riqueza, los hombres casi siempre terminan enfrentados y contradiciéndose los unos a los otros. El Joven Papa es un canto al cristianismo, aunque más que al cristianismo podemos decir al amor, a la compasión, a la reflexión, a la crítica y la libertad. ¿El Papa debe creer en Dios? Pues no. Y no por ello debe ser juzgado porque al fin y al cabo… ¿Quién es Dios? ¿Qué es Dios?
Un poeta español nos dejó escrito que la vida es sueño y los sueños casi siempre concluyen enmarcados en la majestuosidad del poder. Prisioneros en el despliegue total de la ficción del poder. Una de las posibilidades del arte es librarnos de esos sueños, o al menos la posibilidad de señalar esas barreras. Quien si no la Iglesia inventó la teatralidad del mundo, la mitra, los trajes, las luces y la pirotecnia de las máscaras, la opulencia y el resplandor del oro. La Iglesia es la irresoluble contradicción entre lo material y lo espiritual. El propio actor protagónico Jude Law (Lenny Belardo-Pio XIII) responde a la pregunta: ¿Reconoce en el Papa a un compañero de profesión? Sin duda. La primera escena de la película es la de un hombre que se prepara para interpretar el papel de su vida. Está desnudo delante de su traje. Fuma mientras toma té. Y se repite a sí mismo: «Yo soy el Papa, yo soy el Papa…». Tiene que interpretar un papel. Es un actor, sin duda. Y, en este sentido, lo encuentro muy cercano. Imagino que cualquier Papa, vivo o muerto, se ha visto en un trance similar. Es puro teatro.
Es puro cine. Aunque se trate de una serie para HBO, Paulo Sorrentino no deja de deslumbrarnos visualmente al mejor estilo italiano, pues Paulo es heredero de Federico Fellini, Bernardo Bertolucci o la propia majestuosidad del Vaticano y su arte incomparable. El joven Papa es la continuación lógica de La Grande Belleza o Il Divo. Creada por un cineasta ya inclasificable y de estilo muy personal además de un artista con ideas despolarizadas en un mundo cada vez más paranoico donde la libertad de pensamiento, de ideas y creación parece ser un estilo de vida en perpetua desaparición. Algunos críticos han querido ver la llegada de un ficticio Papa norteamericano al Vaticano con el arribo de un real Trump a la Casa Blanca. Un conocido diplomático afincado desde décadas en la Santa Sede nos ilustra. “La política, tal como la conocemos, es un juego de niños comparado con las maniobras y equilibrios de poder en el Vaticano”.
Como ya he escrito anteriormente la contradicción de la ficción lo engloba todo. ¿Y no es el cristianismo una contradicción en sí mismo? Donde María es una virgen que da a luz, Dios es a la vez padre, hijo y espíritu santo. Con tales contrapuntos no es extraño que haya un canguro en los jardines del Vaticano a través del que se manifieste el invisible Espíritu Santo. A ello parece apuntar la serie de Sorrentino. A un festín de ideas relevantes a un humor provocador a una ovación visual por la libertad humana. A reflejar la vida íntima dentro de un Estado y como se maneja el poder cuando su dogma e imperativo moral es la renuncia de ese poder y el amor desinteresado hacia el prójimo.
La serie nos recorre por una pléyade de personajes son de lo mejor que he visto en mucho tiempo tanto en el cine como la TV. Partiendo de Lenny Belardo Pio XIII (interpretado por Jude Law), un Papa que no llega a los 50 años, que fuma, que se salta todos los protocolos de la iglesia, que tiene una visión ultraconservadora, que tiene un pasado que le atormenta y una búsqueda que le tiene cegado, que desayuna Coca Cola Cherry Zero, que tiene visiones sexuales y es la persona más inteligente del mundo pero a la vez es el más estúpido, una contradicción tras otra. La normalidad dentro de la Iglesia.
Otro personaje fundamental es Sister Mary (Dianne Keaton) una monja que juega al baloncesto y duerme en camiseta. Voiello (Silvio Orlando) un personaje lleno de matices y que supuestamente es el personaje antagonista al principio. Pero que al final se nos descubre en su condición humana; pues; aunque la propaganda santoral nos quiera hacer creer estupideces el Vaticano está habitado y gobernado como toda institución por hombres y mujeres.
El Joven Papa evita la crítica superficial, por el contrario nos adentra en una íntima introspección del laberinto de la fe. La posibilidad de hacer o no hacer. Al final toda ficción termina siendo una conspiración de palacios no importa estemos en Roma, Moscú, Washington o Dinamarca. Algo siempre huele a podrido escribía Shakespeare. El Rey alguna vez se tiene que preguntar al mismo tiempo que responderse: se es o no se es. Para dictar un dogma que nos alivie la pesada carga existencial que todos soportamos. El Joven Papa es una bellísima mirada en profundidad a la espiritualidad humana, al amor, a la infancia, a la compasión, a la aceptación, a los sueños, las ficciones y el uso del poder.
Lenny Belardo se levanta todos los días con la mirada de Dios sobre él. No parece algo tan duro, hasta que un plano picado a un Cristo crucificado nos obliga a contemplarla: los ojos de todos le observan en todo momento, atentos a cualquier decisión que decida tomar. El ambiente religioso, tranquilo y diáfano, espera con regia serenidad su salida al balcón. La población mundial aguarda horas al calor, frío y lluvia para verle proclamar bondades. La prensa se afana para conseguir un primer plano, una gran declaración, otra gran verdad irrebatible de boca del Santo Pontífice.
Entre todo este majestuoso despliegue, parece alzarse la pregunta de Sorrentino: ¿cómo es posible que una sola persona decida el devenir espiritual del mundo?
El oficio del Papa es casi ciencia ficción, pero por alguna razón es algo que existe y permanece, que muchos conocen y muchos otros veneran. Por lo tanto, Sorrentino no se corta: un Papa joven, fumador e impredecible parece la perfecta figura para hablar acerca de esta ficción existente. Lenny se echa sin mucha dificultad la capa de Pío XIII sobre los hombros, y al hacerlo también se proclama salvador espiritual de la humanidad, por mucho que no pueda parecerlo. Pero en la ficción todo es posible. ¿Quién es la cara visible de una de las mayores instituciones religiosas de la Historia?
Lo primero que encuentra el Papa Pío XIII es una entidad caduca y corrupta, anclada en casi dos mil años de dogmas y contradicciones, en santos y asesinos. Apenas un despreocupado museo de ese dogma que todos parecen conocer pero nadie lleva a la práctica. Los personajes se debaten en sus pequeñeces humanas pero al mismo tiempo están inmersos en la titánica tarea de buscar el verdadero sentido de la Cristiandad que Sorrentino retrata en escenas deslumbrantes de belleza e intimidad, casi siempre con un difuso Papa como un vago espectador.
Más allá de la extraordinaria visualidad de la serie no puedo dejar de mencionar su banda sonora. Encabezada por el brave new Premio Nobel Bob Dylan en una versión instrumental de All along the watchtower, además de temas como “Life is life”, “Sexy and I know it” (un escena al estilo video clip más fascinantes que he visto nunca), “Changes”. Y por último, los diálogos, sobre todo los diálogos finales de los capítulos tres, cinco y siete, conversaciones densas pero con un exquisito sentido del humor que te conducen por caminos insospechados.
Una serie de las mejores que puedas disfrutar, un verdadero Juego de Tronos. Pero como siempre la vida es mucho más exuberante que el arte.
En una reciente entrevista para el diario español El País, el Papa Verdadero, Francisco, nos confirma que la ficción de El joven Papa es solo una infinitesimal normalidad dentro de la caja blanca que ocultan las decoradas paredes de San Pedro. Donde según el propio Bergoglio -el Papa Real- conviven santos y pecadores, vírgenes y putas.
Pregunta Antonio Caño director de El País en compañía del corresponsal Pablo Ordaz en la Santa Sede:
Aquellos problemas que tuvo Benedicto XVI al final de su pontificado y que estaban en aquella caja blanca que le entregó en Castel Gandolfo. ¿Qué había allí dentro?
Respode Jorge Mario Bergoglio:
La normalidad de la vida de la Iglesia: santos y pecadores, decentes y corruptos. ¡Estaba todo ahí! Había gente que había sido interrogada y está limpia, trabajadores… Porque aquí en la Curia hay santos, ¿eh? Hay santos. Eso me gusta decirlo. Porque se habla con facilidad de la corrupción de la Curia. Hay gente corrupta en la Curia. Pero muchos santos. Hombres que han pasado toda su vida sirviendo a la gente de manera anónima, detrás de un escritorio, o en un diálogo, o en un estudio para lograr… O sea, ahí adentro hay santos y pecadores. A mí ese día lo que más me impresionó es la memoria del santo Benedicto. Que me dijo: “Mirá, acá están las actas, en la caja. Acá está la sentencia, de todos los personajes”. Y acá “fulano, tanto”. ¡Todo en la cabeza! Una memoria extraordinaria. Y la conserva, la conserva.
Es bueno igual que el arte conserve esa memoria.