Siempre he intentado comprender la psicología del hombre religioso -llamémosle hombre religioso- para diferenciarlo del hombre creyente como aquel que simple mortal necesita creer que resulta imposible que un universo, sitio infinito y misterioso, esté regido por las leyes de la física, el orden de las matemáticas, la fragilidad de la vida y el caos de la inteligencia humana; las fuerzas del hombre creyente necesita de una “entidad superior” para poner orden material y existencial en tanta grandeza y belleza, en tanto caos y violencia extremis.
La psicología del hombre religiosos es otro asunto. El hombre religioso cree en sus instituciones como emanaciones de esa “entidad superior” y casi siempre hace el ridículo, o el protagónico de imbécil.
Para muestra este tuit. Con una foto del tornado casi sobrepasando la casa de mi madre en Santos Suárez llega alguien y te provoca una sonrisa de tristeza por tanta idiotez.
Creo que le escribí algo parecido en la red social del pajarito.
Cuando ya crees que has visto toda la imbecilidad posible en envoltura humana, en todas sus facetas posibles y variadas manifestaciones, llega un imbécil nuevo y te desmiente en tu propia fragilidad… humana.
Hay siempre alguien allá afuera que nos supera, y no es precisamente Dios, es un humano que se cree puede interpretar las señales de Dios.